lunes, 30 de marzo de 2009

TIEMPOS QUE CORREN

TIEMPOS
Desde hace mucho tiempo vivimos tiempos terribles. Tiempos de impunidad, de robos y desfalcos, de asesinos de guantes blancos y sin conciencia, de delincuentes casi niños, de padres maltratadores y de mujeres irresponsables. Tiempos de corruptos ensalzados como héroes, de hombres que asesinan mujeres, de guerras disfrazadas de salvadoras, de gobiernos tiránicos vestidos de demócratas, de vigilantes que sólo atienden a pasar información a los ladrones, de niñas que se prostituyen por un par de zapatos de lujos y un vestido caro. Tiempos para la envidia y la maldad. Tiempos de mentiras y tiempos de puñaladas traperas. Tiempos que corren sin saber a dónde van. Y nosotros vamos a la par de ese tiempo, con conciencia o inconscientes.
Lo hubo antes. Cuando no había periódicos, televisión e Internet. No nos enterábamos de muchas cosas que ocurrían a pocos kilómetros, en otros países o las noticias llegaban tarde, cuando ya no tenían la desgarradora fuerza de la actualidad. Nos hemos enterado del Holocausto por películas, por testimonios después de muchos años. Hemos sabido de los negros que llegaban en las bodegas de los barcos cuando ya no había nada que hacer. Asombrados estamos de la verdadera personalidad del hombre que creíamos honesto, pero que denunció a un hermano ante la dictadura de Trujillo. Muchas cosas hemos sabido cuando han perdido su actualidad y sólo nos ha quedado quedarnos con la boca abierta. Sin embargo, ahora, cuando todo está al alcance de la mano, parece que nos hemos tornado ciegos, sordos y mundos. Hasta que la desgracia toque a nuestra puerta.
El ser humano, desde siempre, ha llevado a su espalda, como en una mochila, su carga de buenas y malas maneras, sus intenciones oscuras y sus mejores aspiraciones, sus virtudes y sus pecados capitales, pero nunca como ahora ha sacado, día a día, sus más bajas intenciones. Se mata por el simple hecho de matar, sin motivo ni razón alguna. Se roba para vivir con un esplendor que sólo se concibe en la ceguera misma del relumbrón del oro. Se dejan pasar por alto los hechos más horribles por no significarse con la tragedia ajena. La solidaridad ha ido perdiendo espacio. Sólo importa el YO, aunque tengamos que pasar sobre el cadáver del otro, de la sangre derramada, de las lágrimas, del dolor del prójimo. Si alguna vez fuimos amigos, ya no nos acordamos. Si un día el vecino nos tendió la mano, le hemos vuelta la espalda cuando nos ha necesitado. Si a eso se llama cristianismo, que venga Dios y lo vea.
No importa que el enfermo no tenga medicina, ni que un niño no tenga zapatos, cuando nosotros podemos ir a una clínica privada y a nuestros hijos le compramos hasta lo que no desean. Si escribo esto para estas fechas es para que cuando nos sentemos a la mesa, cuando compremos regalos, nos detengamos un poco, sólo un poquito, a pensar en los demás, en los que por faltarle le falta desde la comida hasta la justicia y sólo les llega la indiferencia de un terrible tiempo que sólo tiene tiempo para volver la cara.

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