MIENTRAS CAE LA NIEVE
Dicen que una propone y Dios dispone. Mientras veo caer la nieve pienso en qué sería de mí si me hubiera retirado a vivir en Jamao en lugar de este Denver congelado. Había pensado para mis años de vejez construirme una casita de dos habitaciones, una sala desde donde se divisara el valle, con trinitarias que bordearan la terraza, un jardincito para sembrar margaritas y claveles, un pequeño huerto, un gato, un perro, dos o tres gallinas, dos matas de plátanos, una de aguacate, una de limón agrio y otra de guayaba y una camioneta de segunda mano para bajar a Moca a ver la familia y a Santiago para comprar libros, y mis amigos y amigas visitándome los fines de semana. Pero como Dios escribe en renglones torcidos y los humanos somos sus faltas de ortografía, me ha tocado vivir muy lejos de la tierra que me vio nacer.
La nieve es hermosa, no hay duda. Cae en silencio, bordando las ramas secas de los árboles, cubriendo las calles con su manto luminoso, haciendo del paisaje una postal turística, y sobre todo arrastrándome a la añoranza, a melancolía, a los recuerdos y a la nostalgia. Si las cosas hubieran salido como pensaba, ahora estaría en la cumbre de la montaña, con un poco de frío, eso sí, pero con el calor de los vecinos, de una taza de café amenizada con la conversación de una amiga o viendo caer la lluvia en compañía de un buen libro. No es lo mismo el sonido de la lluvia sobre el zinc que el silencio de la nieve. No es igual tomar un café a solas que en compañía de una amiga.
La nieve me lleva a meditar, a pensar en que habría sido de mí si todavía viviera en mi país, y más aún en Jamao. Desde allí podría ver el Valle del Cibao y a veces divisar la esplendidez del Atlántico. Era mi sueño siempre abierto. Algo que se trocó en la realidad que me llevó muy lejos. Ahora, Jamao, mi casita, mi jardín, han entrado en el boulevard de los sueños rancios. Es cierto que aquí tengo las montañas y mi casa con un jardín florido (que se seca en el invierno), aún así, nunca como las montañas que divisaba desde mi casa en Moca, las que se podían casi alcanzar desde la ventana. Otra cosa que echo de menos es el tañer de las campanas. Oírlas dando las horas, llamando a misa, a la novena, anunciando muerte, alegres por las fiestas patronales, es un recuerdo que ahora, al ver caer la nieve, viene a mi memoria como una película proyectada en blanco y negro.
Así es la vida, una prepara los años que le quedan por vivir y el destino hace de las suyas. Y hay que aguantarse. Amarrarse el corazón para que no se caiga, respirar hondo para continuar viviendo y seguir adelante como si nada sucediera. La nieve trae hacía mí aquellos años en que pensé que mi tierra seguiría siendo mi tierra, para siempre. Pero no ha sido así. Dicen que hay un tiempo para todo y este es mi tiempo de nostalgia. Aquí me tocó vivir. Cuando pienso “que lejos que estoy del suelo donde ha nacido, quisiera llorar, quisiera morir de sentimiento. Oh tierra del sol, suspiro por verte…”
lunes, 30 de marzo de 2009
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