LA TRINITARIA DE VIRTUDES
O la Virtudes de La Trinitaria. Da lo mismo. Ahí, sentada en su mecedora como una Obispa, al decir de Monsiváis, rodeada de libros recién salidos de la imprenta, de otros viejos que duermen la siesta de los años y de los amarillos por la pátina del tiempo, está Virtudes Uribe. Por ella supe que había un mundo diferente de libros y descubrí también que había libreros diferentes. Lo habitual es enterarse de las novedades literarias. Sin embargo, La Trinitaria es eso y mucho más. Tiene el olor a literatura histórica, el sabor de poesía sin tiempo y de cuentos contados a viva voz por sus autores. Lo supe desde que pisé su puerta y descubrí que había una solemnidad de novedades y ancestros con olor cosas nuevas. Todo un santuario escondido en anaqueles de almacén y algarabía en los estantes al pie de la ventana.
En La Trinitaria se respira un ambiente del que viejas y nuevas generaciones hemos aprendido a degustar, al amparo de una buena taza de café o de una ácida limonada con la que el azúcar no se pone de acuerdo, el deleitoso sabor de un buen libro. Todo, sin olvidar una champola de tamarindo que refresca los ardores de una dura diatriba de tertulianos que nunca llegan a un acuerdo sobre los orígenes y soluciones de los problemas del país. Por esas reuniones pasa todo el que tiene que pasar y otro que se cuela y deja su huella en una estampa digna de un libro de recuerdos. Desde aquí, la nostalgia teje su manto cuando pienso en La Trinitaria de Virtudes, o en la Virtudes de la Trinitaria. Es igual.
Cuentan los que la conocieron antes, que traía libros mal vistos en los Doce Años. Que profesores universitarios y alumnos acudían a ella para abastecer sus clases y sus tesis. Allí encontraban los que hablaban de cómo era el mundo fuera de la isla y cómo se tejía la política bajo el influjo otras ideas, y dicen que todavía, a tantos años, alguien tiene una factura sin pagar. Los dominicanos tenían, en ese tiempo negro de un gobierno que nunca debió ser, que leer a escondidas. Pero Virtudes logró hacer de La Trinitaria un cálido refugio en el que hasta hoy se reúnen las discrepancias bajo el influjo de libros que hablan de nosotros, tan solo de nosotros, de lo que somos, de los que fuimos y de lo que seguimos siendo. Ninguna librería tiene tanta vinculación con pasado y con sentimientos unidos a los recuerdos.
Sin temor a equivocarme, pienso, que por allí se pasean los de antaño, los que no tuvieron el privilegio de sentarse al vaivén de las mecedoras, y ahora lo hacen mientras la ciudad duerme, y hablan de los hoy, poetas, cuentistas y novelista que les hubiera gustado conocer. Héctor J. Díaz declamará algún poema, Franklin Mieses Burgos versos inéditos o Lacay Polanco desvelará una novela que no llegó a escribir, y allí estará también Melba Marrero de Munné con su belleza y sus poemas ya olvidados. Brindarán por La Trinitaria de Virtudes, que bien merece una tarja, que tiene aliento de historia, nuestra librería de siempre.
Ligia Minaya
Denver, Colorado
lunes, 30 de marzo de 2009
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