martes, 31 de marzo de 2009

ESCRIBIR POR ESCRIBIR.

ESCRIBIR POR ESCRIBIR
Se piensa que para escribir se tiene que ser un buen escritor. Buenísimo, dirían algunos. Se cree también que poner las palabras en el papel es una tarea tortuosa y por eso muchos ni siquiera intentan. Hay que darse permiso para escribir al margen de lo que piensen y digan los demás. Dejar que las palabras fluyan, que floten, que se eleven, como si se las llevara el viento. El escritor se hace como aquel novel carpintero que comienza por hacer un anaquel. No hay que pretender desde el primer día que sea una obra de arte. Comencemos por ser aficionados, por pura diversión, con deseo de poner en palabras sentimientos y alegrías y saber que nos queda todo un camino por delante. Pensar que un escritor se gana la vida con sus libros publicados, es una tontería. Hasta los premiados necesitan hacer otras cosa, dar clases, charlas, escribir en los periódicos para poder subsistir. Publicar no hace ni mejor ni peor a un escritor. Ni siquiera la crítica.
Hay personas que hablan bien y les es difícil escribir. La palabra escrita se les convierte en imposible, la página en blanco les da pánico. Es que han olvidado el término “borrador” y quieren que las palabras salgan como pedazos de oro puro. No creen en los errores y piensan que por ello no saben escribir. No tiene que ser así. De los errores se aprende, y mucho. Si dejamos a un lado la palabra “escritor” y tomamos la escritura como un simple acto de escuchar y darle nombre a lo que oímos, vemos que desaparecen, como por encanto, aquellas reglas que nos atan. “Una figura se construye a sí misma, posee unas reglas propias que nos son reveladas si escuchamos con atención” dice Julia Cameron, una mujer que empezó a escribir por escribir, de la manera más sencilla.
Aunque hay que observar algunas reglas, la forma no puede imponerse, y gracias a Dios hoy existe libertad para escribir lo que uno quiere y cómo quiere. Para muestras están las novelas de Junot Díaz (La Breve y Maravillosa Vida de Oscar Wao), y Candela, la de Rey Emmanuel Andújar, ambas escritas en el lenguaje de la calle, irreverentes, y sin embargo, excelentes. Ante todo, el lector hace al escritor. Es preciso leer y leer mucho, tomar ejemplos y a veces hasta es bueno imitar, plagiar no, que eso es deshonroso. Todos hemos tenido alguna vez a alguien de quién nos guste cómo escribe, la manera de adjetivar, de usar las palabras, y eso es lo que podemos imitar, luego, cada uno cogerá su camino y su estilo.
Una de las cosas más sencillas e inteligentes es la dirección, lo que es lo mismo que decir, caer sobre la página. Fluir. Dejarse llevar. Pero siempre poniendo atención en lo que se escribe, lo que significa pensar antes de escribir. Olvidarse del ego. Hay un mundo grande y rico a nuestro alrededor y sólo hay que fijarse en él, observar los detalles. En un paisaje, por ejemplo, todos ven los árboles, las nubes, las aves, y el escritor ve eso y mucho más, ve detalles, matices, colores, sabores, los olores. Esencial a la hora de escribir.
31 de enero 2009
Ligia Minaya
Denver, Colorado
Publicado en DL.

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